Caja de colores del tamaño de una maleta

Autora: Mª Antonia

¡Por fin llegaba a casa!

Sacó el llavero y abrió el portón mirando de reojo el latón de la puerta. Seguía sin gustarle.

Ascendió los tres peldaños que daban a la cancela y la abrió. Hoy no subiría en el ascensor, no había hecho suficiente ejercicio, así que anduvo rápido hasta el tercer piso.

Al pasar el umbral de la puerta, se encontró con su gato maullando. ¡Que contento se ponía cuando la veía aparecer!

A continuación, realizó las tareas rutinarias de la llegada a casa: dejó las llaves y el bolso, se quitó el abrigo, buscó unos zapatos cómodos y de repente la vio. ¿Qué hacía encima de la mesa del salón una caja de colores del tamaño de una maleta? Se acercó despacio y se preguntó ¿quién se la habría enviado?, sabiendo que Josefa había abierto al transportista.

Encima de la caja, en papel blanco, había pegada una etiqueta: no abrir hasta las doce horas del día veinticuatro. No constaba ningún remitente. ¡Qué cosa tan rara! Estuvo tentada de no hacer caso pero decidió ser obediente por una vez y esperar, la retiró de la mesa y la dejó en un rincón.

Esa noche se acostó pronto. Estaba muy cansada y se olvidó de la caja.

A la mañana siguiente, temprano como siempre, se levantó disparada hacia la cafetera y, mientras apuraba el café que la ponía en marcha, se acordó de la caja.

La recogió del suelo y la puso encima de la mesa, rasgó el papel de colores y, con mucho cuidado y mucha curiosidad, la abrió y miró dentro. Al principio no vio nada pero poco a poco se fue dibujando en su cabeza el reflejo de “La Antigua”, la casa y el jardín con los castaños de indias y las lilas cuyas hojas se habían convertido tantas veces en comida para las muñecas. Los tres niños pequeños jugando en el jardín y el sol penetrando a través de las hojas de los árboles para crear tantas sombras en la valla cubierta de musgo seco.

Se quedó helada.

Volvió a mirar dentro de la caja y esta vez era el jardín feo de un chalet que casi no recordaba pero allí estaba, como una luciérnaga encerrada, la lamparita fabricada por su padre para jugar un atardecer del mes de agosto. La llama que asustó a un vecino, “no se fuera a incendiar el barrio…”

Se levantó, se volvió a sentar, y tuvo que respirar hondo antes de volver a dirigir la vista al interior de la caja. Esta vez era un día blanco de escarcha y nieve en el que los niños, sentados sobre un cartón, se lanzaban colina abajo. La diversión era infinita. Tan infinita que el pequeño quedó olvidado, aterido de frio debajo de un árbol, esperando a que los hermanos, divertidos y triunfantes, escalaran la colina. ¡Que bronca la de la madre cuando les vio llegar felices con aquel pequeño casi congelado!

No pudo esperar más. ¿Qué más traía la caja?

Y del fondo aparecieron las tardes de canicas, vestidas de uniforme sobre el suelo de madera de la habitación compartida. Habitación en la que por las noches se dormían con la radio encendida escuchando aquel programa en donde una y otra vez radiaban “Noches de Blanco Satén” de los Moody Blues.

Levantó la cabeza y miró al techo ¿Quién podía haberle hecho ese regalo: esa caja llena de recuerdos? y miró dentro una vez más y, en esta ocasión, eran las risas y las carreras al pasar de noche delante del bar “El Sotanillo” para llegar antes de las diez a casa. Risas, sí risas y carreras que recordaba tan bien en una adolescencia ya lejana.

Y detrás, llegó una mañana luminosa en el Puerto de Santa María, montadas en bicicleta en el paraje “Los Toruños” y la foto en el mirador frente a ese mismo mar que la contemplaba desde su estantería.

A continuación, como si estuviera esperando el momento de salir, apareció ella misma con el revolero de su falda moviéndose al compás de una música antigua que la hacía sentirse siempre feliz y plena.

¿Había más? Sí, la casa llena de adornos de los días de Reyes en los que era capaz de inventar mil fiestas y sorpresas para divertir a otros que se toman la vida con menos ilusión y menos alegría.

Y al final, cuando creía que ya no contenía nada más, de la caja ascendieron miles de luces de colores que llenaron la habitación e iluminaron todo el espacio, haciéndola sentir que había merecido la pena y que las escenas por llegar serían igual de plenas.

Madrid 25 de enero de 2018

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