Autor: Pablo Gascón
Siento tu aliento bordeando mis mejillas,
dulces presiento tus manos
acariciar la penumbra
en la cual vivo envuelto desde hace media vida.
No me importará, amor, pese al lejano
silencio que es inmediato,
encender cual llama presagios a tu nombre,
sagrada voz de los dioses;
tampoco me importará absorber mis mil pecados
en un día, y a tu bondad, con firmeza,
dedicarle una ofrenda
de luz y melodía.
Si es preciso, por ganarme
tus anhelados besos, rezarle a Dios,
orarle al Hijo, rogarle a los dos,
con el espíritu baldío,
que no te alejen de mí
para así alcanzar los cielos
que tú mereces, amor mío.
Autor: Antonio del Cerro
Ulises es un héroe griego. Es marino y guerrero.
En uno de sus viajes naufragó con toda la tripulación. Estuvieron cinco días antes de que los rescataran unos pescadores vikingos. Los vikingos los llevaron a otra isla y les dejaron allí. Decían que o se convertían en sus soldados o que los volvían a dejar de robinsones en otra isla. Ulises dijo que ellos eran libres, y por eso los abandonaron a su suerte en la isla mágica. En aquella isla había un mago licántropo. Aquel hombre lobo mago o animal mágico se los quería comer pero prefirió usar su magia para engañarlos y que viajaran en barco a otra isla regentada por un vampiro llamado Frill. Los hechizaron con un conjuro muy poderoso que les hizo perder la voluntad y viajaron a la isla del vampiro.
Mataron al vampiro y recuperaron la voluntad pero estaban cansados. Como el hombre lobo los había hecho navegar en barco, cogieron el velero y volvieron a Grecia con sus familias después de haber vivido una aventura extraordinaria. Sus familiares los acogieron con los brazos abiertos o mejor les recibieron como héroes.
Autores: Mª Antonia y Kepa Vadillo
Siempre con la mirada pérdida, como queriendo buscar esa línea divisoria en el horizonte. Mirar por la ventana, sin saber a dónde, tenía sus ventajas.
No era necesario forzar la vista buscando un objeto determinado. No se acordaba del tiempo que llevaba en esa posición, tan solo sé, que al retirarse, tenía marcadas en su piel, las aristas de la forja.
Como siempre, en silencio, se retiró a su camastro. Necesitaba pensar. Pensar en alto para conocer las respuestas.
Se conocía bien. Realmente sabía que su problema nunca habían sido las respuestas. Su desasosiego siempre habían sido las preguntas. ¿Y por qué no encontraba las preguntas? ¿Qué es lo que llevaba tanto tiempo cuestionándose? ¿Qué le hacía tanto daño que le impedía coger el picaporte, girarlo y abrir la puerta?
Autor: Pedro Sobrevilla
La cigüeña migraba, cuando amanecía en naranja, y tocaba la campana de aquella alta iglesia. Siempre, en su viaje, recordaba que era imposible pintar como Pollock, al ritmo de la música.
Antes del vuelo, al mezclarse con la multitud, se le impregnaban todas las tonalidades de color.
Su dueño, al que dejó atrás, era un robot que se convirtió en humano, y le entró tristeza de ver cómo se diluía en un charco de colores.